Vamos a adentrarnos en el primer piso de la casa de Vanistendael: la aceptación en la resiliencia. ¿Recuerdas? Es el modelo que seguimos con esta serie para familiarizarnos con la resiliencia de una manera práctica.
Recordando las bases de la resiliencia
La semana pasada vimos las bases de la resiliencia. Me parece importante recordarte que la Resiliencia no es una técnica, no, no… La Resiliencia es un proceso, un camino hacia un lugar más profundo de vida consciente. Y este camino, lo primero que necesita es que nos demos cuenta que, para emprenderlo, necesitamos tener unos mínimos de bienestar físico cubiertos que tienen que ver con la alimentación, el sueño, la vivienda, … Eso está en nuestras bases.
El modelo de la casita de Vanistendael nos ayuda a priorizar nuestras acciones. Y resulta muy útil para trabajar la recreación de una vida encontrando y manteniendo un sentido de coherencia. Decíamos la pasada semana que en las bases de la resiliencia hay sufrimiento, que viene del dolor ante una circunstancia externa que nos afecta y provoca rechazo. Con ese rechazo, el dolor se convierte en sufrimiento. ¿Y qué hay en el primer piso?
Subimos al primer piso de “la casita” y abrimos la puerta a la aceptación en la resiliencia
Encontramos nada menos que la Aceptación incondicional: ¡¡Incondicional!! Vamos a mirar esto un poco más en profundidad, porque en nuestra mentalidad todo es condicionamiento del pensamiento, de las memorias de experiencias del pasado, …
Sin embargo, recientes investigaciones científicas nos demuestran la directa conexión que se da entre mente-corazón, con su propio sistema nervioso que tiene más conexiones neuronales que las del cerebro humano. Vivir en esta conexión es vivir en coherencia. Este es el camino que se recorre en la resiliencia. Y que nos permite expresar paso a paso nuestra dignidad y grandeza humana.
Cuando se pregunta ¿Qué dirías que te ha permitido salir adelante? … y la pregunta se le hace a una persona hoy adulta y que un día fue un niño que creció en un entorno de riesgo, y que a los 7 años aprendió que ya se era mayor para ir a trabajar, al que llamaremos Pedro.
Él respondió que lo que más le había impactado fue la aceptación incondicional de la persona que le rescató de esa vida y lo acogía en su orfanato. Lo que más le impresionó fue el contraste tan enorme entre la actitud acogedora de esta persona y el rechazo de la madre si volvía a casa sin dinero. ¿Por qué no estaba contenta su madre de verle si no traía dinero? No lo podía entender y cada vez acusaba más el contraste…
Todos necesitamos un poco de amor…
Sí, ya sé… Este es un caso extremo, así que vamos a algo que tenemos todos más cerca. Alguna experiencia que recordemos como difícil, dura y que nos coloca de nuevo frente a nuestra identidad, ¿recuerdas lo que es? Es la idea que tengo de mi. Algunos lo llaman personaje, ego, personalidad o carácter. Ese conjunto de rasgos con los que estamos tan identificados que nos creemos que somos eso. Nos definimos a nosotros mismos en la jaula de las ideas y actuamos según la idea que tengo de mí.
Hasta que, en un momento dado de nuestra vida, algún suceso externo nos confronta con nosotros mismos y empezamos a hacernos de nuevo las preguntas que quizá dejamos arrinconadas en la juventud: ¿qué es la vida? qué vengo a hacer aquí? ¿Quién o qué soy?
Y cuando, en algún momento de nuestras vidas, algo se tuerce, todos tenemos la tendencia a sentimos frustrados, tristes, rabiosos… unos “patitos feos”, ¡vamos! y nos lo escondemos a nosotros mismos y a los demás. No nos gusta mostrar que nos sentimos inadecuados, débiles, como este niño que era rechazado.
¿Qué situaciones nos pueden provocar algo así? Por ejemplo, ya sea por una enfermedad o un despido. En mi caso se han dado ambas situaciones me hicieron sentir así. Y además nos esforzamos en que no se note… ¿Por qué? Porque estaba muy identificada con la idea que tenía de mí. Ésta me decía cómo debía comportarme y qué actitud tenia que mostrar al exterior. Eso lo aprendí desde pequeña, a base de integrar los diferentes impactos que recibía, especialmente de mi familia y mi escuela. Todo lo hacemos para sentirnos queridos, vistos, apreciados, válidos, reconocidos…
Y si el rechazo a lo que sucede persiste, pueden aparecer dudas existenciales: ¿qué hemos hecho con nuestras vidas? ¿qué estoy haciendo con mi vida? Cuando estas preguntas surgen y te las haces cuando ya no eres un niño, ya estás crecidito/a, te das cuenta, por las diversas decepciones y varapalos emocionales, que ya no buscas respuestas fuera, sino dentro de ti. ¿Quién me da un lugar en la vida? ¿Para quién soy importante?
Aceptar incondicionalmente necesita vivir desde la pureza de pensamiento
Y entonces, lo primero que necesitamos en este camino de vuelta a casa, es paso a paso, avanzar hacia ese lugar que siempre está disponible, que nunca se fue, con el que vinimos al mundo, la potencia y a la vez sutileza de la conciencia de uno mismo.
En verdad hablo de un camino, pero en realidad lo que hacemos es dar un salto. Sí, porque se trata de saltar a ese espacio sin espacio, que es el reino de la paz, el lugar donde encontramos la semilla del amor: la neutralidad, el lugar del ser que somos.
El mentor de resiliencia. Nos dicen las publicaciones que para que un niño pueda sobrellevar una situación difícil es necesario que se sienta aceptado por un adulto o a veces puede ser un joven adulto el que les aporta ese reconocimiento. No descubrimos nada que no se produzca con toda naturalidad en la adolescencia.
Llegados aquí, quiero resaltar la posición que toma Vanistendael acerca de la aceptación en la resiliencia. Él considera que la aceptación humana es, y que todos podemos comprobar, dice que es algo casi siempre condicionada por las expectativas que tengamos. Que es un rasgo completamente humano y por eso él prefiere hablar de Aceptación fundamental antes que incondicional.
Destaca también que, experimentar una aceptación fundamental hacia alguien no significa aceptar cualquier comportamiento, sobre todo en la etapa infanto-juvenil. Defiende que aceptar todos los comportamientos sería como manifestar indiferencia. Y no lo considera estimulante
Comparar, competir ¿o amar?
La resiliencia nos recuerda que, para recrear nuestras vidas, ya seas joven o adulto, todos necesitamos ser amados. Y es que el amor significa la aceptación profunda de la persona, significa un reconocimiento estable de que es y está en la vida de otro, aun cuando manifieste rasgos que no se pueden aceptar.
Es en el seno de la familia donde el niño debería en principio encontrar los beneficios de esta aceptación fundamental. Más allá del tipo de familia, el valor del núcleo social que es la familia es incuestionable. Aunque reconocemos que aún manteniendo unos los lazos familiares sólidos, no necesariamente esto implica que la vida familiar sea fácil, al contrario.
Es en la familia donde nos exponemos a expectativas desmesuradas por parte de nuestros padres-educadores. También es donde se dan las continuas comparaciones y hasta se promueve la competencia entre los diferentes miembros. Comparar genera miedo. Y competir solo oculta el miedo a fracasar o bien, promueve la ostentación. Competencia por el amor de papá, de mamá, por su reconocimiento, atención, … ¿Reconoces estos patrones también en tu familia de origen?
La necesidad de sentirse aceptado no es sólo una necesidad específica del niño. Los adultos la sentimos también de la misma manera. Y cuando lo negamos nos escondemos detrás de unas mascara duras, secas, encerrados de continuas señales de autosuficiencia. en la pretensión de aparentar que no nos duele no ser vistos y queridos.
¿Cómo se entrena la Resiliencia en la ECVS?
Una de las más eficientes y potentes herramientas que utilizamos en la ECVS para trabajar la aceptación desde la mirada salutogénica, y se utiliza también en el desarrollo de la resiliencia es la de construir ese apoyo social. Las relaciones de desarrollo que nos conectan con nuevas habilidades, experiencias y personas que pasan parte de su tiempo cerca de nosotros y con las que vamos entrenando e integrando los activos para la salud que necesitamos en cada momento para hacer frente a estos desafíos.
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